Una nueva etapa en la crisis
Sergio Caletti

La crisis política desatada el 11 de marzo pasado por el aumento en las retenciones a las exportaciones agropecuarias ha entrado, probablemente, en una nueva etapa, considerablemente más oscura que hasta la aquí vivida. Los meses dirán si este aserto vale, pero hay suficientes indicios para pensarlo hoy y para hacer sonar todas las alarmas al respecto.
       Todo indica que los treinta días de “tregua” fueron utilizados por las entidades agropecuarias para algo más que para solicitar, esperar o condicionar el diálogo posible con el gobierno: también para prepararse con vistas a un conflicto largo y donde lo que está en disputa no es tan sólo el nivel o la movilidad de las retenciones y ni siquiera la distribución de las rentas agrarias sino la balanza del poder.
Mientras Alberto Fernández va y viene dando –a pesar suyo– muestras evidentes de la improvisación que aflige al gobierno, las cúpulas de las cuatro entidades comienzan a poner en marcha un diseño estratégico que difícilmente haya salido exclusivamente de sus cabezas. La presión sobre gobernadores e intendentes apunta a romper el frente oficialista (la inversa de lo que el gobierno trató de hacer con ellos), a extender política y socialmente el conflicto, a colgar de sus reclamos la pancarta del federalismo. Las paredes empapeladas con afiches de una Comisión de Enlace Agropecuario, bajo el título “Basta de mentiras”, y donde se consignan los precios que reciben los productores contrastados con los que paga el público por una docena de alimentos, insinúan una contrafigura, más inteligente, a las paredes empapeladas por la agrupación La Cámpora contra el canal de cable Todo Noticias. La contraseña de la escarapela se dirige a reforzar todas las mitologías de la argentinidad honesta, sudorosa, corajuda y chacarera que desciende de nuestros abuelos inmigrantes. Y, para coronar, la retórica según la cual “ya no pensamos en la rentabilidad del campo, pensamos en un nuevo modelo de país” (De Angeli dixit).
       En una nota publicada en La Nación, el columnista Carlos Pagni informó que las directivas de las entidades agropecuarias habían contratado a una consultora francesa para recibir asesoramiento (se sobreentiende estratégico y comunicacional), “especializada en la organización de huelgas”, dice Pagni. Se non é vero, é ben trovato, cabría comentar. Y los frutos del asesoramiento bien podrían haber comenzado a hacerse visibles.
       Si el conflicto con los productores agropecuarios no se hubiese desplegado sobre el manto de un cierto malhumor social, particularmente de las clases medias, y muy entonado por una inflación que tiende a comerse la módica recuperación salarial lograda, tal vez no habría mayor motivo de preocupación (que no era para nada pequeño) que el expuesto reiteradamente a partir del 11 de marzo en estas mismas páginas, esto es, que se avecinaba una fuerte pugna por el reparto de las riquezas. Pero las cosas amenazan ahora con encaminarse en una dirección distinta. El gobierno no da luces de anoticiarse del giro de los acontecimientos y, por el contrario, hasta la fecha, no logra más que acentuar su distanciamiento de los sectores medios sin tampoco movilizar adecuadamente a los sectores populares.
       Encorsetado entre la pérdida de la iniciativa y la ausencia de políticas que se orienten a satisfacer demandas populares de cierta magnitud y visibilidad, el Poder Ejecutivo desnuda la precariedad política en que lo dejaron los fracasos de sus dos intentos de ampliar la constelación de fuerzas sociales que habrían podido hacer de soporte para un proyecto nacional y popular, el de la transversalidad primero, el de la concertación plural, ya de manera lánguida, después. Atrincherado en el Partido Justicialista –el pejotismo del que alguna vez se jactó prescindir–  marcha hacia el abismo de la deslegitimación. Y ello sí debería ser materia de las mayores preocupaciones y justificativo, decíamos, de todas las alarmas. La historia de la democracia restaurada nos ha enseñado que las curvas de pérdida de legitimidad son un reloj impiadoso y el caldo de cultivo de las peores lógicas pendulares en nuestra sociedad. Si el proyecto nacional y popular todavía está en pie –y no cabe duda de que debería estarlo para vastos sectores– entonces tal vez sea hora de recluirse una vez más en El Calafate por unos días, pero en esta ocasión para regresar dispuestos a barajar y dar de nuevo.